sábado, 21 de enero de 2012

Enamorarse.


Desde que me enteré que en el mundo existían unos seres similares a nosotras, pero que eran más torpes y tenían ciertas partes del cuerpo distintas a nosotras, quise enamorarme.
Recuerdo como si fuera hoy cuando entré a Kinder. Por primera vez en la vida estaba frente a cientos de niños que no eran ni mis hermanos ni mis primos. Eran raros, se golpeaban, tenían un baño exclusivo para ellos, siempre tenían la cara sucia, se burlaban de las niñas, pero me encantaban. Yo sabía que la relación humana hombre-mujer era completamente aceptada, y que todos la buscaban y eran felices con ella, pero no sabía como manejar el tener 6 años y desear amar con toda la fuerza del mundo.
Recuerdo perfectamente su nombre, y que dentro de todo lo diferentes que podían ser los hombres de las mujeres, el era el menos distinto. Era torpe, cara sucia, gritón y le gustaba jugar a las peleas, pero siempre prestaba sus lapices y compartía la colación que le mandaba su papá (ya de adulta, muchos años después, me enteré que el era de esos hijos de padre que hace labor padre-madre), y además, me dirigía la palabra, cosa que ninguno de los niños hacía con ninguna de nosotras.
Me enamoré perdida e infantilmente de él.
No conocía los síntomas reales del amor, pero experimentaba real sufrimiento cuando lo llevaban a control médico o cuando su papá lo retiraba temprano. No era una sensación propiamente física, hasta el momento, pero mi cabeza reaccionaba de una manera que no sabía si era buena o mala, pero que me provocaba deseos de pasar eternamente mirando el cielo.
Hoy tengo 25 años, y si me lo pidieran, podría describir con absoluto detalle la primera sensación física, ligada al amor, que experimenté. Era fin de año y en el colegio organizaron un acto para despedir las clases. Yo sabía perfectamente que no lo vería nunca más, porque en primero básico entraría a las monjas y el universo masculino estaría lejos hasta por lo menos mis 18 años, por lo que lo miré con la mayor de las tristezas mientras teníamos el último ensayo general de nuestra presentación.
Íbamos a bailar Be my lover de La Bouché, y la profesora nos dirigiría.
Recuerdo que teníamos que entrar a escenario hombre y mujer tomados de la mano. Yo tenía que esperar tomada de la mano de un niño llamado Lisardo. Pero Lisardo se negó a tomarme de la mano, y le dio un terrible ataque de llanto porque quería entrar tomado de la mano de su prima, que también estaba en nuestro curso. La profesora le dijo que los niños bonitos no lloraban (mentirosa) y que si no paraba la pataleta, no lo dejarían graduarse. Y tantos fueron sus gritos, que lo sacaron de mi lado y lo ubicaron al lado de la chiquilla en cuestión.
La pareja oficial de baile de su prima era mi amor de colegio y ahora había quedado solo.
La profesora lo puso al lado mío y nos tuvimos que tomar de la mano.
Era la primera manifestación de vida cinematográfica.
Hubieron problemas en el audio y Be my lover demoró más de lo usual en comenzar a sonar. Y sentí en el estomago y en el pecho algo muy parecido a la sensación que me provocaba el subir al barco pirata. Yo no sabía que era, pero anhelaba con toda mi alma que la canción no comenzara nunca y que mi vida entera se quedara paralizada en ese momento. Y no sé que habrá sentido él, pero me tenía la mano apretada muy fuerte, como si en su mundo también supiera que era la última vez que nos veríamos.
La canción comenzó, bailamos juntos, todo el mundo aplaudió, nos tomaron fotos, luego vino la graduación, el colegio de monjas, el dejar atrás aquellos días en que hombres y mujeres se odiaban, crecer, cambiar, pero nunca, dejar de anhelar con toda el alma, el sentir esa sensación en el estomago y en el pecho por el resto de mi vida.

1 comentario:

  1. Vivi que lindo lo que escribes es como tan de película como esos extractos de lolita y sus olores etc me encanta relatas lo que sientes y cada toque hasta me imagino la escena besitos mi BFF.

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