sábado, 21 de enero de 2012

.



La nada eterna no me preocupa mientras uno vista adecuadamente.

Woody Allen


Cuando imagino el día de mi muerte, jamás pienso en clichés como: las últimas palabras que diré o a quien le encargaré el cuidado de mis desquiciados hijos (porque lo más probable es sean una versión renovada de los niños de The White Ribbon). Sino que siempre pienso en el color del labial que usaré y en lo perfecta que deberé verme. No me tilden de superficial, aunque créanme que me gustaría serlo (dicen que la gente superficial es la que vive más feliz), sino que dedíquense a ser realistas, ¿es o no es, maravillosamente estético, una moribunda de labios rojos, cabello negro rizado, ojos intensos y despidiéndose al son de la melodía de Moon River de Henry Mancini?

Desde niña se me inculcó que la mujer debía ser sabia y dedicarse a cultivar, por sobre todo, su intelecto, y que la moda era un pasatiempo innecesario. No pude tomarlo a pecho.
A pesar de que estudie en un estricto colegio de monjas, en donde las reglas sobre el uniforme era inquebrantables, me era inevitable escaparme en el recreo y deleitarme en la biblioteca con las enciclopedias de moda y las revistas Paula. Me obsesionaba cultivar mi cabeza, pero de la misma forma, me obsesionaba verme como una actriz. La ropa de las grandes tiendas me aburría, ya que siempre en la calle alguien tenía algo igual, y aunque en mi niñez estaba muy de moda hacerse ropa con modistas, las modistas de mi barrio tenían tanto conocimiento de innovación, como yo tengo de fisica cuántica.
Ya con 11 años iba a las tiendas de ropa usada y buscaba lo más parecido a la moda de las revistas internacionales que llegaban a la biblioteca del colegio, y aunque en esos años estaban muy lejos de estar de moda, usaba floreados, blaysers con botones marineros, sombreritos años 20s y mucho mucho escocés. Además trataba de imitar, casi al 100%, lo que veía en las películas. Por esos años vi Clueless y asumí que la minifalda era un estilo de vida y el estilo Preppy una religión.
Luego vinieron los años de búsqueda de identidad y al igual que toda adolescente, quise ser punk, luego britpop y luego, la "tribu" más increíble de todas, ser modette. Pero nada de vestirse con tonteras ni escuchar bodrios, las revistas inglesas eran lectura obligatoria diaria.

Han pasado los años y ahora, que tengo 25 años, sigo son el mismo espíritu de aquella niña de 12 años, es decir, no me encasillo en ningún estilo, pero sí trato de verme lo más innovadora y cinematográfica posible, sin importarme lo que diga el resto.
Creo que esa es la base de todo, asumir que naciste como persona individual, y que por ello, debes vestirte bien, pensando primero en ti, segundo en ti, tercero en ti y cuarto en las divas del cine de antaño, que son las que día a día te acompañan y te protegen desde el maravilloso cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario