domingo, 19 de febrero de 2012

El colegio.


El colegio nunca me gustó. Las profesoras me retaban porque todo me daba risa. Me pasé todo cuarto medio afuera de la sala porque decían que hablaba mucho y no decía nada. Muchas veces pasó de casualidad alguna de las monjas, y al descubrir que me habían echado, enloquecía de rabia y me decía que si al otro día mi mamá no estaba a las 8.30 en su oficina yo me tendría que ir del colegio.
Mi mayor miedo era que me expulsaran del colegio.
Me arrepiento de no haber provocado que me expulsaran.
Estuve toda la enseñanza media a punto de repetir. No le encontraba ningún sentido a las cosas que nos enseñaban. Sólo estudiaba Historia, Castellano, Filosofía y Biología, y del resto no sabía nada. Además siempre me sentía extraña ahí. No me gustaban los paseos a la playa ni las juntas con los niños del colegio de curas. Menos las actividades juveniles. Odiaba, odio y siempre odiaré las actividades grupales con trasfondo religioso, pero con deseo hormonal ardiente de por medio. No diré: mis hijos jamás irán a juveniles, porque no sé tendré hijos, pero si lucharé con fervor por disolución de juveniles, CPJ, EJE y todas esas siglas.
Me sentía sola en el colegio. Muchas mujeres juntas me daban miedo. A veces rezaba cuatro Padres Nuestros para que al día siguiente todo saliera bien. Una vez recé seis Ave Marías porque la Karina Robles dejara de molestarme. La echaron porque la encontraron tomando en el baño. Yo me reí cuando lo dijeron en consejo de curso. Me alegré y me sigo alegrando. Yo en esa época estaba con terribles dudas religiosas. Ahora no tengo religión, pero creo con fervor. A veces me pregunto: ¿Dios estará enojado porque aún siento una excesiva felicidad al recordar a la señorita María Angélica anunciándonos que Karina Robles se iría del colegio y que nunca más volvería a estar con nosotras?.
Me gustaba llegar tarde, amaba saltarme la oración de la mañana, amaba la hora de salida, amaba prometer cosas raras. Prometo no ver tele en dos semanas, y cumplirlo, fue una promesa muy extraña.
Las monjas eran extremadamente divertidas. Todo el mes de María veíamos diariamente un video sobre niñas que habían optado por el camino de la religión y eran de lo más felices. La hermana Ana María siempre decía que intuía que una de nosotras iba ser monja. No sé porque, pero siempre pensé que me lo decía a mi. Yo nunca quise ser monja (en realidad si, después de mi primera decepción amorosa a los doce años). También nos decían que si a mitad de la mañana sentíamos un terrible deseo de ir a orar, nos paráramos y nos fuéramos a la capilla; daba lo mismo si nos encontrábamos en medio de un examen. Yo reía y reía en silencio.
La monja fundadora de mi colegio era completamente santa. Ayudaba a todo quien se le acercaba y regalaba hasta sus bienes más preciados. Las profesoras nos hacían leer un comic de la monja. El comic era en blanco y negro y los dibujos eran muy diabólicos. Más me gustó el comic de una niña que la mataban el día de su primera comunión. Era muy triste y me daban ganas de convertirlo en película. Había un taller de cine en el colegio. Veíamos películas estupendas y a veces salíamos a tomar fotos.
Un día la monja directora nos dijo que si no hacíamos la Confirmación nos iba a expulsar. Yo por ese entonces había dejado de creer en Dios. Nuevamente volvía el miedo a que me echaran del colegio. Fuimos con mi mamá a las grandes tiendas y me compró ropa de santa. No sentí absolutamente nada en la ceremonia. Volví a creer como tres años después.
En el colegio, en vez de prepararnos para la PSU, decidieron potenciar nuestras aptitudes artísticas y nos pusieron a escribir obras. Yo escribí una historia de unas drogadictas. Había suicidios, crímenes, mentiras y desengaños. Me saqué un 7.0. Luego nos enseñaron a actuar. Una vez hice de hombre y la profesora me puso de ejemplo. Oh que felicidad. Luego, a pocos meses de la PSU, se les ocurrió que hiciéramos Jesucristo Superestrella, con la maravillosa voz de Camilo Sesto de fondo. Fue una mala experiencia. Yo quería ser María Magdalena, pero por tener el pelo corto me designaron sólo papeles secundarios. Yo quería estudiar Cine en la Universidad de Chile, pero mi cabeza debía concentrarse en memorizar seis coreografías. Luego vino la graduación. La fiesta de gala y llevar de acompañante a mi primo. También la gira de estudios. Los 18 años. Mi horrible puntaje en la PSU. Mi madre inscribiendome en un Preuniversitario. Dejar de usar uniforme de colegio de monjas todos los días, hacer locuras entre clases, distorsión, más distorsión, el teatro Carrera, el Britpop, mi primer cortometraje, la cuenta regresiva, la vida cinematográfica, la ausencia de reglas.
Y nunca más tener que rezar para que no me dijeran cosas feas.

3 comentarios:

  1. hmmm, tu colegio lo siento como salido de una película de West Anderson XD. Yo la verdad de momento no creo en dios, y aunque siento que es bastante difícil volver a hacerlo, una nunca sabe (?). hace tiempo que no voy al colegio (sí, movimiento estudiantil y sus consecuencias) pero recuerdo que me retaban porque reía mucho también, o porque no iba con el uniforme reglamentario. Nunca he estado al borde de la expulsión, pero es solo porque soy demasiado cobarde como para enfrentarme a mi padre después de eso (él da miedo). Me divertí mucho leyendo tu entrada, aunque no entendí si finalmente entraste a estudiar teatro o es como un taller Ö
    Saludos!

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. En el colegio nos obligaban a actuar, pero siempre me cargó el teatro. Yo quería estudiar Cine en la Universidad de Chile

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