Recuerdo que esa mañana estábamos con
O. hablando sobre las Fiestas Patrias. Ideábamos un plan para
quedarnos en Santiago y lograr asistir a absolutamente todos los
buenos eventos de la capital. Ya los tiempos extraños habían
quedado atrás y con O. sólo teníamos interés en convertir nuestras
vidas en un autentico programa de Discovery Travel and Living, y
largarnos a viajar hasta decir basta.
O. no fue el que me dio la noticia esa
mañana, sino que fue mi hermano Carlos, él que me llamó y me hizo
una de las preguntas más hermosas que alguien me ha hecho en la
vida:
-¿Tienes algo que hacer el 21 de
Septiembre?
-No creo hermano ¿Por qué?
-Porque compré tres pasajes de avión
y ¡NOS VAMOS A BUENOS AIRES!
Desde ahí me vinieron diversos ataques
de felicidad, y con O. disfrutamos de las Fiestas Patrias de manera
enloquecedora. Él porque es mi amigo más adicto a la chilenidad, y
yo porque no dejaba de pensar en que los días de cruzar la
cordillera estaban más cerca.
Llegamos tardísimo al hostal Art Factory, el que
resultó ser sencillamente GENIAL. Era atendido sólo por gente joven
y decorado por artistas emergentes argentinos, los que habían
decorado cada uno de los espacios como si fueran las distintas
habitaciones de una galería de arte. Cuando nos estábamos registrando nos contaron que todas las noches en el bar del Hostal
tocaban bandas y/o se hacía una fiesta, lo que me produjo espasmos
de alegría, además de que había una azotea donde se podía
parrandear hasta la hora que quisieras.
Como no queríamos perder tiempo, y
además necesitábamos comprobar si eso de que en Buenos Aires las
noches las hacían días era cierto, nos alistamos y salimos a pasear
por nuestro exquisito y soñado barrio: El barrio de San Telmo. Que
resultó reafirmar todos los bellos mitos, y además estar cargado de
increíbles bares, pizzerias, gente asumiendo que a la 1:00 AM uno
recién debe salir de casa, y todo adornado de esa increíble
sensación de que todo puede pasar y que en cualquier minuto tu vida
puede dar un giro total.
No sonaba de fondo Wadu Wadu de Virus,
pero cada mañana yo la sentía sonar en mi cabeza y me despertaba
extremadamente temprano porque sentía una desesperación enorme por
no perderme ningún segundo de ese maravilloso lugar. Comíamos hasta
enloquecer en el Hostal y a eso de las 9:30 AM partíamos a conocer la
ciudad. Creo que nunca he caminado tanto en la vida, pero creo que
nunca he sido más feliz caminando como en Buenos Aires.
La calle Corrientes era sin duda: Un
sueño. Yo, amante de Broadway, me sentía como en un Broadway
sudamericano lleno de teatros, luces, cines, restaurantes y cafés. Y
nunca adicción por Pippo no tuvo limites. En Pippo se
comía comida italiana en cantidades industriales, por precios
extremadamente buenos y con una atención gloriosa. Además la mesa
estaba llena de todo tipo de panes, aceites y mucho, pero MUCHO
queso, lo que siempre hace de la vida algo mejor.
En los cafés tomábamos chocolate
caliente y medialunas, y al segundo nos volvían las ganas y nos
metíamos a otro café y así hasta que llegaba la hora de la cena,
que por lo general se repetía varias veces. Ya que en más de una
ocasión cenamos dos o tres veces.
El teatro era algo indescriptible. Las
filas para cada función eran similares a las filas que se arman acá
para algunos conciertos, cosa que me llenaba de alegría. Jóvenes
viejos, adultos: TODOS AMABAN EL TEATRO, y con bastante razón, ya
que las dos obras que vimos (La isla desierta y La última sesión de
Freud) merecían 10 estrellas. Lo lindo también era que si salías a
las 12 AM de una función la ciudad seguía viva, y por muy Domingo
que fuera no había nada cerrado.
Yo lleve dinero para básicamente dos
cosas: comer como trastornada y comprar libros como trastornada, y
ambas cosas me resultaron a la perfección. Habían librerías por
todos lados, con libros por todos lados y ofertas por donde se
mirara, así que comprar 10 novelas resultó ser una experiencia muy
grata. Además, y creo que con esto yo llegaba a saltar de alegría,
las librerías podían estar abiertas hasta fácilmente las 3 AM, así
que si entremedio del carrete te daban ganas de adquirir libracos,
podías ir, comprar y continuar con la diversión.
Mi relación con la carne está
distante hace millones de meses (sin carne no hay gastritis, es mi
lema), pero estando allá, y después de una caminata por toda la
ciudad que literalmente duró todo el día, fuimos a un tenedor libre
llamado: Siga la vaca, y creo que decir que subí 10 kilos en una
noche es decir poco. Comimos como nunca habíamos comido en la vida.
Y todo era complementado con jarras de cerveza, bebida o vino, además
de conversación alocada. Luego (para lograr bajar en parte la
comida) recorrimos todo Puerto Madero caminando (cosa que habíamos
hecho en la tarde también) y hasta nos subimos a un barco.
Y claro,
antes de la caminata por toda la ciudad y luego Puerto Madero, luego
Siga la vaca, y nuevamente por Puerto Madero, fuimos a uno de los sitios que yo
más necesitaba conocer:
EL CEMENTERIO DE LA RECOLETA. Y creo
que es muy loco que vincule mi paso por Siga la vaca con mi paseo por
el cementerio, pero mis conexiones mentales son locas, y dicen que a
las chicas hay que quererlas, no entenderlas.
El Cementerio de la Recoleta es algo
así como el lugar lleno de muertos con más vida. Y no sé bien como
describirlo, porque era tan hermoso que yo a cada segundo me quedaba
sin palabras. Cada tumba era una maravilla arquitectónica, además
habían muchos gatos misteriosos, los que te miraban raro y no se
movían de las tumbas.
Antes de comenzar la caminata que
mencioné más arriba, me separé un rato de mi hermano y su novia, y
me fui a un pequeño parque al lado del cementerio, donde todos
tomaban mate, Quilmes, comían unos exquisitos panes rellenos, y
disfrutaban de un cantante y guitarrista que tocó todas esas
canciones argentinas con las que crecimos y que más de alguna vez
dedicamos en ataques de amor adolescente, o soñamos que
musicalizaran inexistentes ataques de amor adolescentes.
Las ferias libres eran una atracción
diaria, y era un gusto pasear por ellas, ya que los argentinos
resultaron ser INCREÍBLEMENTE SIMPÁTICOS y siempre resultaba
agradable mirar lo que vendían y de paso quedarse conversando de la
vida un ratito. La Feria de San Telmo era un real mercado de
variedades, donde a pesar de que para recorrerla entera necesitabas
de una tarde entera, amabas hacerlo. Y el Mercado de San Telmo era un
total encanto, lleno de tiendas de juguetes del ayer, rarezas de los
años 50s, muñecas, afiches, antigüedades, ropa vintage y todo
aquello que los amantes del ayer necesitábamos para ser felices.
Si me preguntan si viviría ahí,
respondería mil veces que sí. Si me preguntan si quiero estudiar
guión alguna vez ahí, respondería mil veces que sí también. Y si
me preguntan porque razón estoy buscando un mejor trabajo de manera
urgente, la respuesta sería: Porque no existe mejor bálsamo para el
corazón que un buen viaje. Les aseguro que después de Buenos Aires
mi vida no volvió a ser la misma.
Parece que esta entrada es antigua, pero me gustó lo feliz que te ves y lo que describes de tu viaje. Ojalá uno pudiera hacer viajes así todo el tiempo, sobre todo si te van a dejar contenta, con ganas de seguir conociendo lugares y disfrutar de cosas nuevas.
ResponderEliminarSaludos!