sábado, 29 de diciembre de 2012

La ciudad de la furia

Recuerdo que esa mañana estábamos con O. hablando sobre las Fiestas Patrias. Ideábamos un plan para quedarnos en Santiago y lograr asistir a absolutamente todos los buenos eventos de la capital. Ya los tiempos extraños habían quedado atrás y con O. sólo teníamos interés en convertir nuestras vidas en un autentico programa de Discovery Travel and Living, y largarnos a viajar hasta decir basta.

O. no fue el que me dio la noticia esa mañana, sino que fue mi hermano Carlos, él que me llamó y me hizo una de las preguntas más hermosas que alguien me ha hecho en la vida:

-¿Tienes algo que hacer el 21 de Septiembre?
-No creo hermano ¿Por qué?
-Porque compré tres pasajes de avión y ¡NOS VAMOS A BUENOS AIRES!

Desde ahí me vinieron diversos ataques de felicidad, y con O. disfrutamos de las Fiestas Patrias de manera enloquecedora. Él porque es mi amigo más adicto a la chilenidad, y yo porque no dejaba de pensar en que los días de cruzar la cordillera estaban más cerca.

Llegamos tardísimo al hostal Art Factory, el que resultó ser sencillamente GENIAL. Era atendido sólo por gente joven y decorado por artistas emergentes argentinos, los que habían decorado cada uno de los espacios como si fueran las distintas habitaciones de una galería de arte. Cuando nos estábamos registrando nos contaron que todas las noches en el bar del Hostal tocaban bandas y/o se hacía una fiesta, lo que me produjo espasmos de alegría, además de que había una azotea donde se podía parrandear hasta la hora que quisieras.







Como no queríamos perder tiempo, y además necesitábamos comprobar si eso de que en Buenos Aires las noches las hacían días era cierto, nos alistamos y salimos a pasear por nuestro exquisito y soñado barrio: El barrio de San Telmo. Que resultó reafirmar todos los bellos mitos, y además estar cargado de increíbles bares, pizzerias, gente asumiendo que a la 1:00 AM uno recién debe salir de casa, y todo adornado de esa increíble sensación de que todo puede pasar y que en cualquier minuto tu vida puede dar un giro total.








No sonaba de fondo Wadu Wadu de Virus, pero cada mañana yo la sentía sonar en mi cabeza y me despertaba extremadamente temprano porque sentía una desesperación enorme por no perderme ningún segundo de ese maravilloso lugar. Comíamos hasta enloquecer en el Hostal y a eso de las 9:30 AM partíamos a conocer la ciudad. Creo que nunca he caminado tanto en la vida, pero creo que nunca he sido más feliz caminando como en Buenos Aires.






La calle Corrientes era sin duda: Un sueño. Yo, amante de Broadway, me sentía como en un Broadway sudamericano lleno de teatros, luces, cines, restaurantes y cafés. Y nunca adicción por Pippo no tuvo limites. En Pippo se comía comida italiana en cantidades industriales, por precios extremadamente buenos y con una atención gloriosa. Además la mesa estaba llena de todo tipo de panes, aceites y mucho, pero MUCHO queso, lo que siempre hace de la vida algo mejor.
En los cafés tomábamos chocolate caliente y medialunas, y al segundo nos volvían las ganas y nos metíamos a otro café y así hasta que llegaba la hora de la cena, que por lo general se repetía varias veces. Ya que en más de una ocasión cenamos dos o tres veces.






El teatro era algo indescriptible. Las filas para cada función eran similares a las filas que se arman acá para algunos conciertos, cosa que me llenaba de alegría. Jóvenes  viejos, adultos: TODOS AMABAN EL TEATRO, y con bastante razón, ya que las dos obras que vimos (La isla desierta y La última sesión de Freud) merecían 10 estrellas. Lo lindo también era que si salías a las 12 AM de una función la ciudad seguía viva, y por muy Domingo que fuera no había nada cerrado.





Yo lleve dinero para básicamente dos cosas: comer como trastornada y comprar libros como trastornada, y ambas cosas me resultaron a la perfección. Habían librerías por todos lados, con libros por todos lados y ofertas por donde se mirara, así que comprar 10 novelas resultó ser una experiencia muy grata. Además, y creo que con esto yo llegaba a saltar de alegría, las librerías podían estar abiertas hasta fácilmente las 3 AM, así que si entremedio del carrete te daban ganas de adquirir libracos, podías ir, comprar y continuar con la diversión.




Mi relación con la carne está distante hace millones de meses (sin carne no hay gastritis, es mi lema), pero estando allá, y después de una caminata por toda la ciudad que literalmente duró todo el día, fuimos a un tenedor libre llamado: Siga la vaca, y creo que decir que subí 10 kilos en una noche es decir poco. Comimos como nunca habíamos comido en la vida. Y todo era complementado con jarras de cerveza, bebida o vino, además de conversación alocada. Luego (para lograr bajar en parte la comida) recorrimos todo Puerto Madero caminando (cosa que habíamos hecho en la tarde también) y hasta nos subimos a un barco. 





Y claro, antes de la caminata por toda la ciudad y luego Puerto Madero, luego Siga la vaca, y nuevamente por Puerto Madero, fuimos a uno de los sitios que yo más necesitaba conocer:
EL CEMENTERIO DE LA RECOLETA. Y creo que es muy loco que vincule mi paso por Siga la vaca con mi paseo por el cementerio, pero mis conexiones mentales son locas, y dicen que a las chicas hay que quererlas, no entenderlas.
El Cementerio de la Recoleta es algo así como el lugar lleno de muertos con más vida. Y no sé bien como describirlo, porque era tan hermoso que yo a cada segundo me quedaba sin palabras. Cada tumba era una maravilla arquitectónica, además habían muchos gatos misteriosos, los que te miraban raro y no se movían de las tumbas.










Antes de comenzar la caminata que mencioné más arriba, me separé un rato de mi hermano y su novia, y me fui a un pequeño parque al lado del cementerio, donde todos tomaban mate, Quilmes, comían unos exquisitos panes rellenos, y disfrutaban de un cantante y guitarrista que tocó todas esas canciones argentinas con las que crecimos y que más de alguna vez dedicamos en ataques de amor adolescente, o soñamos que musicalizaran inexistentes ataques de amor adolescentes.

Las ferias libres eran una atracción diaria, y era un gusto pasear por ellas, ya que los argentinos resultaron ser INCREÍBLEMENTE SIMPÁTICOS y siempre resultaba agradable mirar lo que vendían y de paso quedarse conversando de la vida un ratito. La Feria de San Telmo era un real mercado de variedades, donde a pesar de que para recorrerla entera necesitabas de una tarde entera, amabas hacerlo. Y el Mercado de San Telmo era un total encanto, lleno de tiendas de juguetes del ayer, rarezas de los años 50s, muñecas, afiches, antigüedades, ropa vintage y todo aquello que los amantes del ayer necesitábamos para ser felices.













Si me preguntan si viviría ahí, respondería mil veces que sí. Si me preguntan si quiero estudiar guión alguna vez ahí, respondería mil veces que sí también. Y si me preguntan porque razón estoy buscando un mejor trabajo de manera urgente, la respuesta sería: Porque no existe mejor bálsamo para el corazón que un buen viaje. Les aseguro que después de Buenos Aires mi vida no volvió a ser la misma.


1 comentario:

  1. Parece que esta entrada es antigua, pero me gustó lo feliz que te ves y lo que describes de tu viaje. Ojalá uno pudiera hacer viajes así todo el tiempo, sobre todo si te van a dejar contenta, con ganas de seguir conociendo lugares y disfrutar de cosas nuevas.
    Saludos!

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